El viaje de un bibliotecario entre líneas de código

Mis primeros pasos en el mundo de la programación se remontan a tardes de adolescencia frente a un monitor MCGA, tecleando líneas de #BASIC y soñando con los misterios que escondían los manuales de ensamblador para #x86 que devoraba con curiosidad insaciable. Aquellas primeras incursiones en el lenguaje de las máquinas, aunque rudimentarias, plantaron una semilla que germinaría de formas inesperadas años después.

La vida, sin embargo, tenía otros planes inmediatos para mí. Mientras mis primeros compañeros de aventuras informáticas se decantaban por carreras técnicas, yo me dejé llevar por otra de mis pasiones y acabé perdiéndome entre los pasillos de la facultad de letras, embriagándome con el aroma de libros antiguos y soñando con bibliotecas infinitas.

Quién me iba a decir entonces que aquella Diplomatura en Biblioteconomía y Documentación, junto con mi pasión por las humanidades, se convertiría en la brújula que guiaría mi vida profesional. No por el camino que imaginaba —entre estanterías y ficheros físicos—, sino a través de un laberinto digital de datos, algoritmos y sistemas interconectados.

Mi reencuentro profesional con la programación llegó de la mano de #Perl, un lenguaje que, con su filosofía de «hay más de una manera de hacerlo», parecía el puente perfecto entre aquel adolescente que experimentaba con #BASIC y el bibliotecario en que me había convertido. Después llegaron #Java y #C#, lenguajes que me enseñaron el valor de la estructura y la disciplina. Y ahora, como quien aprende nuevos idiomas por el puro placer de descubrir otras formas de pensar, me sumerjo en #Python y #NodeJS.

Durante once años, mi hogar profesional fueron los sistemas de gestión bibliotecaria. Había algo poético en utilizar la tecnología para organizar y facilitar el acceso al conocimiento, como si estuviera construyendo una versión moderna de la antigua Biblioteca de Alejandría. Ahora, en el sector educativo, sigo siendo un puente entre mundos: traduciendo necesidades pedagógicas a lenguaje máquina, tejiendo redes de datos entre centros educativos y consejerías autonómicas.

Pero hay algo que nunca he abandonado desde aquellos primeros días frente al monitor de fósforo verde: mi compromiso con el software libre y el procomún. Quizás sea el humanista que llevo dentro, pero siempre he creído que el conocimiento y las herramientas para acceder a él deberían ser libres como el aire que respiramos.

Y es precisamente esta convicción la que me ha traído hasta aquí, hasta este rincón digital propio que ahora inauguro. La deriva de las grandes corporaciones tecnológicas —convertidas en modernos señores feudales de nuestros datos y nuestra atención— me ha empujado a tomar una decisión que llevo tiempo madurando: emprender un éxodo digital.

No me hago ilusiones; sé que será un camino arduo. Nuestras vidas digitales están tan entrelazadas con estos servicios como las raíces de un árbol centenario con la tierra. Desenmarañarlas llevará tiempo, paciencia y, sobre todo, una buena dosis de aprendizaje. Pero ¿no son los mejores viajes aquellos que nos transforman en el proceso?

Este blog, hospedado en mi propio espacio FreeWritely, será mi cuaderno de bitácora. Aquí documentaré cada paso de este viaje hacia una presencia digital más ética y consciente. Compartiré los aspectos técnicos, por supuesto, pero también las reflexiones, los tropiezos y los descubrimientos que surjan en el camino.

Te invito a acompañarme en esta aventura. Quizás, entre líneas de código y reflexiones sobre la tecnología, encontremos juntos una forma más humana de habitar el mundo digital.

Porque al final, como aprendí en mis días entre libros antiguos, toda historia merece ser contada, especialmente aquellas que nos llevan hacia territorios inexplorados.