Las tres guias

Publicado originalmente en julio de 2018

Melkiora suspiró, cansada, sus viejos huesos empezaban a dolerle a última hora de la tarde, cuando el sol empezaba a dar un respiro y la humedad de la tierra empezaba a aflorar de nuevo. Además, la caminata de esta jornada había sido especialmente dura, atravesando una larga pradera sin final definido en el horizonte, siempre a la cabeza de su pueblo, cada vez mas debilitado y famélico. Si no encontraban el lugar correcto pronto, las cosas empezarían a ir muy mal.

Ahora mismo, las mujeres de la caravana se organizaban para ayudarse y ayudar a todos los demás lo mejor posible, pero las Sanadoras cada vez tenían más trabajo atendiendo pies con ampollas, músculos fatigados y pequeñas intoxicaciones alimentarias, las Mensajeras empezaban a tener contracturas al estar corriendo todo el día arriba y abajo en la larga fila de personas, cada vez más desmembrada y con huecos mayores entre los grupos familiares, las Proveedoras cada vez tenían menos que cocinar, puesto que la zona del mundo en que se encontraban no estaba habitada por casi nada que fuera comestible.

Avanzó con las últimas fuerzas del día, adelantándose unos centenares de pasos al improvisado campamento que entre todos empezaban a montar mecánicamente, a lo lejos aún se veían las siluetas de los últimos grupos familiares que aun no habían llegado. Los hombres y mujeres más fuertes y resistentes retrocedían hacia ellos, para asistirlos y protegerlos en lo posible, los últimos rezagados tardarían aún alrededor de una hora en llegar, pero sabía que las Protectoras y Protectores no dejarían que desfallecieran, llevándolos incluso a hombros si fuera necesario.

Sentándose, al fin, en el mullido suelo alfombrado de hierba verde y de largos tallos, sacó de entre los pliegues de su atuendo de viaje una pequeña pala de apenas un palmo y se puso a cavar de modo metódico y sin prisas un hoyo de un pie de profundidad y un antebrazo de diámetro aproximadamente se centró en la tarea, focalizando su atención y dejando que su respiración se aquietara hasta llegar a un estado de calma.

Mientras daba los últimos retoques a la base del Hogar, percibió más que escuchar los suaves pasos de la Segunda Guía que se acercaba tranquila desde su propio campamento unos cientos de pasos al Este.

—Paz, prosperidad y felicidad Melkiora —pronunció su amiga y ahora casi hermana de manera formal.

—Amor, dicha y comunión Gasparia —respondió completando las Palabras de Acogida.

Mirándose a los ojos llevaron de manera simultanea su mano derecha a la frente de la otra —te reconozco— después palma contra palma —te acojo— y finalmente en el centro del pecho —te aprecio.

Melkiora observó con una leve puntada de nostalgia a su compañera. Mientras sus propios cabellos, largos y sedosos, se habían vuelto blancos hacía largos años, los de Gasparia, mucho más joven, aun conservaban su color castaño claro, y sus ojos verdosos tenían una vitalidad que tardaría mucho en desvanecerse.

Gasparia, siendo más joven, aportaba al Hogar una carga algo mayor, sacando de su fardo un par de docenas de piedras que rodearían el agujero recién creado, para una mayor protección. Metódicamente, concentrada y tranquila, comenzó a colocarlas alrededor dejando entre ellas el menor hueco posible y de manera que no pudieran rodar unas sobre otras.

—Fuerza, coraje y compasión Primeras Guías —La Tercera Guía se acercaba algo menos cuidadosa desde su propio campamento del Sur.

—Vida, compromiso y vocación Baltasia —pronunciaron ambas al unísono.

Mientras Baltasia recorría los últimos pasos hasta sus amigas, estas no pudieron dejar de admirarla, la más joven de las tres aún impetuosa como una tormenta, en el inicio de la treintena, su piel ébano era tersa y suave y su cuerpo el de una Protectora, musculada y tan alta que las dos tenían que mirar con el cuello hacia arriba para poder hablarla. Su pelo extremadamente corto y rizado era práctico para habitar el profundo desierto del que provenía.

De nuevo el Saludo Formal de Reconocimiento, Acogida y Aprecio se produjo entre las tres, mirando a los ojos azabache de Baltasia, el verde esmeralda de Gasparia y el gris profundo de Melkiora, y se sentaron alrededor del Hogar donde la más joven de ellas hizo su propia aportación, una pesada carga de leña recogida pacientemente durante la última jornada a pie. Con manos experimentadas y ágiles preparó la brazada sobre el agujero, de manera que no se ahogase el fuego y no cayera ninguna rama de manera peligrosa.

Melkiora acercó yesca, Gasparia aportó uno de sus mejores pedernales, y Baltasia en breves momentos tuvo encendido un buen fuego entre ellas. El Hogar quedaba bendecido.

—Hoy se ha hecho largo el camino —comenzó la más anciana con voz suave— las familias comienzan a cansarse y a las Sanadoras nos empiezan a llegar casos mas graves de heridas, llagas y malnutrición. Las Creadoras investigan nuevos métodos para poder limpiar las aguas y facilitar el transporte, pero se hace complicado si no se pueden parar a trazar un simple esquema o intercambiar ideas.

—Hoy se ha hecho duro el camino —continuó Gasparia usando la misma fórmula con voz más firme— Las Mensajeras cada día tenemos que recorrer más distancia y coordinar a más grupos cada vez mas disgregados. Las Proveedoras no han encontrado apenas pescado en estas tierras fangosas y ya no queda fruta alguna. Apenas alguna conserva.

—Hoy se ha hecho triste el camino —afirmó Baltasia rotunda con su voz grave y profunda— las Protectoras hemos tenido que mediar en muchas disputas y los compañeros varones han tenido que parar con dureza a algunos de los que pretendían aprovechar que su situación es poco menos precaria que la de los demás.

A este breve, pero valioso intercambio siguió un largo momento de silencio compartido, mientras Melkiora se arropaba bien con su capa, Gasparia cerraba el cuello de su túnica y Baltasia ignoraba la temperatura de la noche y seguía como siempre con su camisola sin mangas.

—¿Existirá ese lugar? —preguntó la más joven, y no en vano la más impaciente de las tres.

—Tiene que existir —Respondió su hermana del Este.

—¿Y si no es así? —Insistió Baltasia.

—Prosperará la vida —Afirmó la mayor y más sabia— Mientras haya mujeres para guiar a los pueblos.

Juntas, de nuevo, cayeron en el silencio alrededor de un fuego luminoso que algún día alguien, posiblemente hombre, situaría en algún lugar indeterminado entre las estrellas.