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from Psicocriptoautorretrato

Publicado originalmente en febrero de 2015

Se miente más de la cuenta
por falta de fantasía:
también la verdad se inventa

ANTONIO MACHADO

El ser humano es un ser eminentemente social; la necesidad de comunicarnos, mezclarnos, fusionarnos y comprendernos es parte de nuestro objetivo primario. Comunicarnos a todos los niveles: físico, mental, emocional e interno. Uno de los medios más antiguos para cubrir esta necesidad es el cuento. El cuento no solo narra una realidad más o menos inventada; el cuento nos hace expresar partes de nosotros mismos que ni siquiera conocemos y, a veces, ni siquiera sospechamos. Un buen narrador es aquel que atrapa al que escucha con la emoción, y esa emoción no se puede fingir.

Cuando asistimos a una contada como oyentes (o más bien como sintientes), no somos conscientes del trabajo que tiene detrás. Un narrador, cuando cuenta, debe saber lo que quiere expresar y por qué, hilando un cuento con la siguiente historia para lograr una unidad fluida: un hilo de Ariadna que se desmadeja a medida que pasan los minutos.

Al igual que escuchar una contada nos limpia y nos hace uno con la tribu, el contar nos lleva a estados de atención, emoción y expresión que durante el resto del tiempo nos son negados. El día a día nos arrastra a una espiral de movimientos automatizados y sin sentido. Cuando contamos, conectamos con nosotros mismos, y esa conexión nos hace sentir más vivos y lúcidos; nos quitamos la máscara ante el mundo. En ese momento somos un canal: un canal entre lo que queremos expresar, lo que necesitamos expresar y quienes quieren oírnos.

Contar cuentos no es solo algo que uno siente o no siente. Si se siente la llamada de contar, de expresar eso que tenemos todos dentro, y emocionar y emocionarnos, es conveniente una preparación previa. Las escuelas de cuentacuentos nos enseñan a relajarnos, a preparar nuestra voz, a perder nuestras inhibiciones ante la gente y ante nosotros mismos; también nos enseñan técnicas para seleccionar, preparar y memorizar nuestros cuentos. Leer, releer, reescribir, pulir y ensayar son parte del día a día del que disfruta narrando.

Algunos narradores prefieren, además de contar, escribir los cuentos que cuentan; siendo parte de su trabajo creativo esta escritura previa. Otros, por el contrario, prefieren poner voz a lo escrito por otros; pero esta voz nunca será una simple repetición ni un eco de lo escrito. El contador hará el cuento suyo y lo expresará desde su propia emoción; cada vez que lo cuente será un cuento nuevo: un día más triste, otro alegre; otro glorioso y otro épico. Porque él es otro sintiente, como el resto de la tribu que ha acudido a escucharle.

Hay quien cuenta vestido para la ocasión; hay quien cuenta con música; hay quien cuenta para adultos, familias, niños o bebés. Cada narrador es único y se expresa de manera única.

¡Atrévete! Conócete a ti mismo. Expresa lo que sientes contando a los demás. Conecta con tu emoción; escapa al sinsentido.

 
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from Psicocriptoautorretrato

Deja que te cuenten

Publicado originalmente en enero de 2015

En las antiguas tribus, en los pequeños asentamientos, antes, mucho antes del nacimiento de las antiguas civilizaciones, los habitantes del lugar, en noches señaladas o momentos de ocio y relax, se sentaban en círculos alrededor del fuego, hipnotizados por una voz, una voz que les hablaba de llanuras lejanas, de cimas inalcanzables, de hazañas de sus padres y de sus abuelos, y de los abuelos de estos. Cuando el cuentacuentos hablaba, el mundo se paraba y el ser humano escuchaba. El cuentacuentos, a menudo vestido de manera especial para la ocasión, poseía el poder de la palabra, y con ese poder sanaba a los que escuchaban de una manera especial y única. El cuentacuentos era el encargado de la kátharsis (purificación) del grupo; mediante sus historias, basadas en arquetipos universales comunes a la humanidad —la chamana, el chamán, el mago, la maga, la reina, el rey, el héroe, la heroína, el sabio, la pitonisa…—, limpiaba a sus iguales de sus nudos emocionales, psicofísicos y espirituales.

Cuando escuchas un cuento —los bebés, cuentos para bebés; los niños, cuentos para niños; los adultos, cuentos para adultos—, te haces uno con el resto de la tribu, tus iguales, que comparten contigo esa palabra que masajea lo más profundo de tu psique y tu emoción.

Avrah kahdabra, «yo creo como hablo». La palabra se hace realidad: la pena te abruma e inunda tus ojos de lágrimas, la risa descontrolada te deja sin resuello, la intriga te deja sin respiración. De nuevo eres uno más de una tribu, protegido del frío por una gran hoguera y simplemente escuchando. Y sales purificado y revitalizado.

El cuento no es solo un cuento. El cuento es genuinamente humano y humanizador. El cuento te hace vivir tu vida dentro de la de otros, te hace vivir esos pequeños instantes de magia que necesitamos en nuestra vida.

Magia, sí, magia, aquella que este sistema inhumano y deshumanizador nos quita día a día, encerrados en oficinas, rodeados de ordenadores, con luz artificial, con aire reciclado, saliendo de casa apenas amanece y llegando mientras cae la noche. El cuento es un punto de apoyo inmemorial para no perder el sentido y caer en el sinsentido, aunque la vida está para vivirla.

El ser humano, en lo más profundo de su alma, aún anhela la tribu, volver a la tribu, cada vez más una tribu de todos y para todos, compartiendo viajes a través de enormes desiertos, selvas impenetrables, descansando junto a mares, ríos, lagos, sin importar la etnia, color, género o edad. Viajes sin absurdas fronteras, líneas gruesas sobre mapas que, al fin y al cabo, son solo proyecciones de la realidad. Proyecciones que algunos, en algún momento, crearon para no perder el control sobre algo incontrolable. Aquellos que, cuando el cuentacuentos alzaba sus manos para pedir silencio, murmuraban entre sí y se alejaban a la seguridad de su choza, con sus enseres perfectamente ordenados, clasificados y fáciles de manejar.

Deja que te cuenten y, si puedes, cuenta a los demás.

 
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from Psicocriptoautorretrato

Publicado originalmente en marzo de 2008

Pasado el bochorno empalagoso e insoportable de las horas centrales de los largos días de agosto, me gustaba subir lentamente, saboreando cada paso, al pequeño banquito de madera que algún obrero mañoso había montado bajo el viejo cerezo en la cima del pueblo.

Y entonces me sentaba, cuando el sol empezaba a teñir de dorados y anaranjados los lejanos picos de la sierra, viendo cómo la sinfonía de colores, olores y sonidos a mi alrededor iba cesando lenta, muy lentamente. Todo se oscurece poco a poco, un intenso azul noche aflora de las cimas y el frío, escondido hasta pocos minutos antes, empieza a vencer su timidez mientras el sol ofrece un respiro a la reseca tierra.

No hago nada, solo observo, el todo me inunda, y contemplo la maravilla del universo desde mi rústico asiento.

 
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from Psicocriptoautorretrato

Y subieron juntos la colina de la luna, cogidos de la mano en fervoroso silencio.

En la cima, se sentaron junto al tronco del viejo cerezo, sus espaldas contra la callosa corteza, cerraron los ojos y suspiraron.

El frío gélido de la noche les acogió en sus brazos mientras miraban la luna, blanca, majestuosa, redonda,

preguntándose por qué no habían subido antes a la colina de la luna, juntos, cogidos de la mano, en fervoroso silencio.

 
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from Psicocriptoautorretrato

Publicado originalmente en diciembre de 2009

Frecuentemente se tumbaba bajo el viejo árbol. Extendía sus manos abiertas delante de la cara y jugaba a atrapar los rayos de sol entre los dedos, abriéndolos y cerrándolos lentamente. Nunca fue consciente de que el árbol, observándolo, movía sus ramas lentamente, jugando con la luz del sol que iluminaba sus manos extendidas.

 
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from Tecnomancia

Mis primeros pasos en el mundo de la programación se remontan a tardes de adolescencia frente a un monitor MCGA, tecleando líneas de #BASIC y soñando con los misterios que escondían los manuales de ensamblador para #x86 que devoraba con curiosidad insaciable. Aquellas primeras incursiones en el lenguaje de las máquinas, aunque rudimentarias, plantaron una semilla que germinaría de formas inesperadas años después. La vida, sin embargo, tenía otros planes inmediatos para mí. Mientras mis primeros compañeros de aventuras informáticas se decantaban por carreras técnicas, yo me dejé llevar por otra de mis pasiones y acabé perdiéndome entre los pasillos de la facultad de letras, embriagándome con el aroma de libros antiguos y soñando con bibliotecas infinitas.

Quién me iba a decir entonces que aquella Diplomatura en Biblioteconomía y Documentación, junto con mi pasión por las humanidades, se convertiría en la brújula que guiaría mi vida profesional. No por el camino que imaginaba —entre estanterías y ficheros físicos—, sino a través de un laberinto digital de datos, algoritmos y sistemas interconectados.

Mi reencuentro profesional con la programación llegó de la mano de #Perl, un lenguaje que, con su filosofía de «hay más de una manera de hacerlo», parecía el puente perfecto entre aquel adolescente que experimentaba con #BASIC y el bibliotecario en que me había convertido. Después llegaron #Java y #C#, lenguajes que me enseñaron el valor de la estructura y la disciplina. Y ahora, como quien aprende nuevos idiomas por el puro placer de descubrir otras formas de pensar, me sumerjo en #Python y #NodeJS.

Durante once años, mi hogar profesional fueron los sistemas de gestión bibliotecaria. Había algo poético en utilizar la tecnología para organizar y facilitar el acceso al conocimiento, como si estuviera construyendo una versión moderna de la antigua Biblioteca de Alejandría. Ahora, en el sector educativo, sigo siendo un puente entre mundos: traduciendo necesidades pedagógicas a lenguaje máquina, tejiendo redes de datos entre centros educativos y consejerías autonómicas.

Pero hay algo que nunca he abandonado desde aquellos primeros días frente al monitor de fósforo verde: mi compromiso con el software libre y el procomún. Quizás sea el humanista que llevo dentro, pero siempre he creído que el conocimiento y las herramientas para acceder a él deberían ser libres como el aire que respiramos.

Y es precisamente esta convicción la que me ha traído hasta aquí, hasta este rincón digital propio que ahora inauguro. La deriva de las grandes corporaciones tecnológicas —convertidas en modernos señores feudales de nuestros datos y nuestra atención— me ha empujado a tomar una decisión que llevo tiempo madurando: emprender un éxodo digital.

No me hago ilusiones; sé que será un camino arduo. Nuestras vidas digitales están tan entrelazadas con estos servicios como las raíces de un árbol centenario con la tierra. Desenmarañarlas llevará tiempo, paciencia y, sobre todo, una buena dosis de aprendizaje. Pero ¿no son los mejores viajes aquellos que nos transforman en el proceso?

Este blog, hospedado en mi propio espacio FreeWritely, será mi cuaderno de bitácora. Aquí documentaré cada paso de este viaje hacia una presencia digital más ética y consciente. Compartiré los aspectos técnicos, por supuesto, pero también las reflexiones, los tropiezos y los descubrimientos que surjan en el camino.

Te invito a acompañarme en esta aventura. Quizás, entre líneas de código y reflexiones sobre la tecnología, encontremos juntos una forma más humana de habitar el mundo digital.

Porque al final, como aprendí en mis días entre libros antiguos, toda historia merece ser contada, especialmente aquellas que nos llevan hacia territorios inexplorados.

 
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